En la actualidad, la Iglesia enfrenta desafíos profundos que la impulsan a renovar su misión evangelizadora. La creciente secularización, el relativismo moral y la indiferencia religiosa han generado una crisis de fe en gran parte del mundo, especialmente en las sociedades occidentales. El término “Nueva Evangelización”, acuñado por San Juan Pablo II y desarrollado hasta el actual pontífice, expresa la urgente necesidad de revitalizar el anuncio del Evangelio en contextos donde la fe se ha debilitado o incluso ha desaparecido. En este contexto, el testimonio de vida de figuras como San Francisco de Asís adquiere una relevancia insospechada, ofreciéndonos claves esenciales para enfrentar los retos contemporáneos.
San Francisco de Asís, aunque vivió en un tiempo lejano, sigue siendo una fuente de inspiración para quienes buscan un camino auténtico en su seguimiento de Cristo. Este santo, conocido por su radical entrega al Evangelio, no solo es recordado por su pobreza y amor a la creación, sino por haber propuesto una forma de vida que revoluciona las estructuras de poder y prestigio de su tiempo. Francisco no era un reformador político ni un teólogo, pero su vida silenciosa, marcada por la fraternidad y el servicio humilde, trastocó profundamente la Iglesia y la sociedad medieval, logrando una auténtica “revolución desde dentro” que sigue resonando hoy.
El carisma de Francisco, centrado en la fraternidad universal y el amor desinteresado, ofrece respuestas poderosas a los dilemas actuales de la Iglesia. La fraternidad, entendida como una relación que no admite jerarquías ni poder entre los hombres, es un pilar que cuestiona la cultura individualista y de poder que impera en muchos rincones del mundo. En una época donde la fragmentación social y la pérdida de sentido se hacen cada vez más evidentes, el mensaje franciscano de acogida, simplicidad y fraternidad puede aportar una luz nueva al esfuerzo de la Nueva Evangelización.
Este artículo explora cómo el espíritu de fraternidad y misión encarnado por San Francisco de Asís se convierte en un ejemplo vivo para la Iglesia en el siglo XXI. Inspirándonos en su “revolución silenciosa”, reflexionaremos sobre la manera en que su testimonio evangélico puede renovar nuestra forma de evangelizar en un mundo postmoderno que anhela autenticidad, comunidad y un retorno a los valores esenciales del Evangelio.
Francisco de Asís: Testigo del Evangelio a Través de la Fraternidad Universal
El carisma de fraternidad de San Francisco de Asís es uno de los aspectos más profundos y revolucionarios de su testimonio evangélico. Para Francisco, la fraternidad no era simplemente un principio abstracto, sino una forma concreta de vivir el Evangelio en relación con Dios, con los hombres y con toda la creación. Inspirado por su experiencia radical de conversión, Francisco veía a todos los seres, humanos y no humanos, como hermanos, reflejando la paternidad de Dios. Esta fraternidad universal rompía con las divisiones y jerarquías sociales de su tiempo, proponiendo una relación de igualdad donde “nadie sería más que nadie, nadie tendría más que nadie” (Matura, 1978). En una sociedad medieval marcada por profundas desigualdades, este principio se convirtió en una auténtica contestación evangélica.
El modo en que Francisco vivió esta fraternidad era profundamente radical porque no se limitaba a sus seguidores más cercanos, sino que se extendía a los pobres, los leprosos y hasta los enemigos. El encuentro con los leprosos, al principio una experiencia de rechazo se transformó en un encuentro con Cristo que abrió el corazón de Francisco a una fraternidad que incluía a los más marginados. Como señala Leonardo Boff, la revolución franciscana consistía en vivir el Evangelio literalmente, despojándose de todo poder y privilegio para acercarse a los otros como hermanos (Boff & Porto, 1986). Este espíritu de acogida, que rompía con las fronteras impuestas por la sociedad, sigue siendo hoy un testimonio vivo para la Iglesia, llamada a ser una comunidad abierta que acoge a todos, especialmente a los más vulnerables.
La fraternidad franciscana también se extendía a la creación. Francisco reconocía en la naturaleza una expresión del amor de Dios, y este reconocimiento lo llevó a una comunión íntima con todas las criaturas. En su Cántico de las Criaturas, Francisco se dirige al sol, la luna, el agua y los animales como hermanos y hermanas, un canto que resuena hoy con fuerza en el contexto de la crisis ecológica que enfrentamos. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, destaca la conexión entre la fraternidad franciscana y el cuidado de la casa común, subrayando que esta relación armoniosa con la creación es parte integral del mensaje evangélico. La fraternidad, por tanto, no solo une a los hombres, sino que también invita a una relación responsable y amorosa con todo lo creado (Francisco, 2020).
Este concepto de fraternidad tiene una relevancia única para la Nueva Evangelización. En un mundo marcado por la fragmentación y el individualismo, el testimonio de Francisco de Asís recuerda a la Iglesia la necesidad de predicar el Evangelio no solo con palabras, sino con una vida de comunión y servicio fraterno. La evangelización hoy debe llevar consigo una profunda apertura a los demás, imitando el gesto de Francisco que acogía sin reservas a todos, sin importar su condición social, cultural o religiosa. Esta fraternidad que desafía las lógicas de poder y posesión es una herramienta poderosa para reavivar la fe en una sociedad que anhela autenticidad y comunidad.
La Revolución Silenciosa de Francisco: Evangelización a Través del Testimonio
San Francisco de Asís no transformó el mundo a través de grandes discursos o complejos tratados teológicos, sino mediante la sencillez de su vida, profundamente coherente con el Evangelio. Su forma de evangelizar fue eminentemente silenciosa, basada en el testimonio vivo de su radical entrega a Cristo. Francisco entendía que el Evangelio debía ser proclamado, antes que nada, con la vida misma. Esta forma de evangelización sigue siendo esencial en el contexto de la Nueva Evangelización, en la cual el mundo contemporáneo, profundamente afectado por el secularismo, busca no solo palabras, sino testigos auténticos que encarnen la fe en su vida cotidiana (Matura, 1978).
El “radicalismo evangélico” de Francisco se caracterizó por una renuncia total a las riquezas, el poder y el prestigio, elementos que, según él, alejaban a los hombres del verdadero seguimiento de Cristo. Su “revolución” no fue violenta, ni buscó imponer una nueva estructura de poder, sino que consistió en una contestación pacífica, pero profundamente subversiva, a las lógicas de su tiempo. Como señala Boff (1986), Francisco no maldecía a los ricos ni atacaba a los poderosos, sino que él mismo se hizo pobre, encarnando la opción evangélica de la pobreza como una manera de liberar su corazón y vivir una total dependencia de Dios (p. 27). Esta revolución silenciosa sigue siendo una fuente de inspiración para la Iglesia actual, que enfrenta el desafío de ser testigo de un Evangelio que rechaza los ídolos del poder y del materialismo.
La relevancia de este enfoque para la Nueva Evangelización reside en que muchas personas en el mundo postmoderno ya no responden a los discursos o estructuras tradicionales de la Iglesia, pero sí se ven profundamente atraídas por vidas de coherencia y humildad. En un mundo saturado de palabras, Francisco enseña que el silencio y el testimonio personal pueden ser los más poderosos instrumentos de evangelización. Sus encuentros con los leprosos, los pobres y hasta con el Sultán de Egipto demuestran que el diálogo desde la sencillez y el respeto es una vía eficaz para llegar a los corazones más endurecidos (Boff, 1985, p. 30). Hoy, cuando la Iglesia busca ser una “Iglesia en salida”, el testimonio franciscano ofrece un modelo para evangelizar desde el servicio humilde y la apertura al otro.
Para Francisco, el Evangelio no se predica solo con palabras, sino con la encarnación viva del amor de Cristo en cada gesto cotidiano. Este enfoque evangélico sigue siendo crucial para la misión de la Iglesia, que está llamada a ser más que una institución, un testigo creíble del amor de Dios. Como escribió el Papa Francisco en su encíclica Evangelii Gaudium, “la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción” (Francisco, 2013, n. 14). Francisco de Asís, con su vida, nos recuerda que el cristianismo es sobre todo un testimonio de vida, una entrega humilde y generosa al servicio de los demás, que debe ser el núcleo de toda evangelización en nuestros días.
La Fraternidad como Pivote de la Nueva Evangelización
La fraternidad fue uno de los pilares más visibles de la vida de San Francisco de Asís, pero no como un simple ideal teórico, sino como un modo de vida radicalmente comprometido con los más pobres y excluidos. Francisco vivió la fraternidad como una experiencia concreta que abarcaba a toda la creación, desde los seres humanos hasta las criaturas más pequeñas. Este testimonio, profundamente evangélico, sigue siendo una fuente de inspiración para la Nueva Evangelización, que busca llegar a una sociedad cada vez más fragmentada por el individualismo y el materialismo. La visión de la fraternidad franciscana es hoy un pivote fundamental para el anuncio del Evangelio, especialmente en la tarea de reavivar la fe en un mundo que ha perdido el sentido de la comunidad.
Francisco entendía la fraternidad como una llamada a ver a cada ser humano como un hermano o una hermana, independientemente de su condición social, económica o religiosa. Su vida fue un constante encuentro con los marginados: desde los pobres hasta los leprosos, a quienes no solo acogía, sino que servía con humildad y ternura. Leonardo Boff, en su obra Francisco de Asís: hombre del paraíso, subraya que este encuentro con los más vulnerables fue el giro clave en la vida de Francisco, ya que no solo predicaba, sino que se identificaba con los crucificados de la historia (Boff & Porto, 1986, p. 31). Este enfoque tiene profundas implicaciones para la Nueva Evangelización, ya que invita a los cristianos a abrazar al otro desde la humildad y la cercanía, y no desde una posición de superioridad o poder.
Además, Boff presenta a Francisco como un patrón de las causas populares, especialmente por su opción radical por los pobres. Esta opción, que Boff asocia con los principios de la Teología de la Liberación, no solo implica una vida de pobreza material, sino una conversión profunda que lleva a asumir la causa de los oprimidos como una misión evangélica (da Costa, 2022). Francisco no solo fue un hombre de oración, sino un actor social que, mediante su fraternidad, desafió las estructuras de poder y riqueza de su tiempo. Esta visión también es relevante para la Nueva Evangelización, donde la Iglesia debe salir al encuentro de los pobres y marginados, no solo como destinatarios de caridad, sino como protagonistas del cambio que el Evangelio busca suscitar.
El Papa Francisco, profundamente influenciado por el carisma de su homónimo, ha señalado que la fraternidad es un elemento clave en la misión evangelizadora de la Iglesia hoy. En su encíclica Fratelli Tutti, el Papa subraya que el mundo necesita una fraternidad capaz de trascender las fronteras y de construir puentes entre personas de diferentes culturas, credos y condiciones (Francisco, 2020). Esta fraternidad debe ser auténtica, lo que implica reconocer que todos estamos llamados a ser hermanos y hermanas, y que esta llamada es inseparable de la responsabilidad de luchar por la justicia social y el cuidado de la creación. Aquí, la fraternidad no es un simple valor ético, sino una respuesta evangélica al individualismo y la fragmentación social que caracterizan el mundo moderno.
La Nueva Evangelización necesita recuperar esta visión integral de la fraternidad como un pivote transformador. No basta con predicar el Evangelio desde los púlpitos; es necesario vivir el Evangelio en el día a día, abrazando las periferias y haciéndonos hermanos de los pobres, de los migrantes, de los excluidos. Francisco de Asís nos ofrece un modelo vivo de lo que significa evangelizar con el ejemplo y no solo con las palabras. En este sentido, la fraternidad se convierte en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, pues en un mundo cada vez más dividido, la unión fraterna es el testimonio más convincente del poder transformador del Evangelio (Boff & Porto, 1986).
El Espíritu Misionero Franciscano: Un Camino para la Iglesia Hoy
El espíritu misionero de San Francisco de Asís fue una expresión singular de su deseo de vivir el Evangelio sin compromisos. Este espíritu misionero no se limitaba a la predicación formal, sino que estaba profundamente arraigado en su testimonio de vida y en su capacidad de acercarse a los demás, especialmente a aquellos que estaban más alejados, tanto espiritual como culturalmente. Uno de los ejemplos más notables de su vocación misionera fue su célebre encuentro con el Sultán de Egipto, Al-Malik al-Kamil, durante la Quinta Cruzada. Francisco, despojado de todo poder militar o político, decidió atravesar las líneas enemigas con la intención de proclamar el Evangelio, no con palabras de confrontación, sino con una actitud de diálogo y respeto (Matura, 1978). Este episodio refleja cómo el carisma franciscano puede inspirar hoy a una Iglesia en salida, que se atreve a cruzar fronteras y llegar hasta aquellos que, desde la perspectiva de la fe, pueden parecer distantes o incluso hostiles.
Este enfoque pacífico de Francisco contrasta profundamente con los modelos de evangelización más confrontativos o dominantes que a menudo han marcado la historia de la Iglesia. En vez de intentar imponer el Evangelio, Francisco se ofreció a sí mismo como un testimonio vivo, confiando en que su ejemplo de humildad, pobreza y fraternidad hablaría más alto que cualquier discurso. Tal como señala Leonardo Boff en su interpretación de Francisco de Asís, este espíritu misionero está vinculado a una profunda opción por los más pobres y por aquellos que son socialmente excluidos. Francisco no buscaba ganar adeptos a través del poder o la persuasión, sino a través de la coherencia de su vida, alineada con el Evangelio de Jesús (Boff & Porto, 1985). En este sentido, la misión de la Iglesia hoy debe recuperar este estilo evangélico de misión, basado más en el testimonio y en el encuentro personal que en la imposición de dogmas.
El Papa Francisco, profundamente influenciado por la espiritualidad de su homónimo, ha reiterado en numerosas ocasiones que la Iglesia no puede quedarse encerrada en sí misma, sino que debe ser una “Iglesia en salida”, capaz de ir a las periferias, tanto existenciales como geográficas (Francisco, 2013). Aquí, la figura de San Francisco de Asís se convierte en un modelo clave para entender qué significa esta Iglesia misionera. El espíritu misionero franciscano no implica solo un movimiento hacia afuera, sino también un despojo interior. Francisco, al renunciar a todas sus posesiones, se liberó para poder acercarse a los demás desde una total disponibilidad, algo que es esencial para la Nueva Evangelización en nuestros días. La Iglesia, inspirada por este espíritu, está llamada a despojarse de todo lo que impide su auténtico testimonio, desde las riquezas materiales hasta las estructuras de poder que puedan distorsionar su misión.
El legado misionero de Francisco no solo inspira a la Iglesia a salir al encuentro de los demás, sino también a vivir una misión desde la humildad. Tal como Boff destaca en su obra, el despojamiento franciscano fue clave para una misión verdaderamente transformadora: Francisco no solo vivió entre los pobres, sino que se hizo uno de ellos, desafiando las estructuras de poder desde la sencillez (Boff & Porto, 1985). Este enfoque es fundamental para la Nueva Evangelización, que no busca imponer una estructura jerárquica o institucional, sino transformar los corazones desde la cercanía y la humildad. Hoy, la Iglesia debe imitar esta actitud, abriendo caminos de diálogo, fraternidad y servicio, donde el testimonio de vida sea el principal vehículo para anunciar el Evangelio. Al hacerlo, la misión de la Iglesia se convierte en una expresión auténtica del amor de Dios que rompe barreras y reconcilia divisiones.
Un Llamado a la Fraternidad en la Nueva Evangelización
La vida y el testimonio de San Francisco de Asís representan un llamado constante a la Iglesia contemporánea a recuperar la fraternidad como un eje fundamental para la misión evangelizadora. En un mundo fragmentado por el individualismo, las desigualdades y la falta de sentido trascendente, la fraternidad evangélica propuesta por Francisco es una respuesta profética que desafía las lógicas de poder y dominación. La Nueva Evangelización, tal como la entiende la Iglesia hoy, no puede llevarse a cabo sin este fundamento de fraternidad auténtica, donde cada persona es acogida como un hermano o hermana en Cristo, sin importar su condición social, cultural o religiosa. Esta es la base para una evangelización que no solo anuncia el Evangelio, sino que lo encarna en las relaciones cotidianas.
El ejemplo de Francisco de Asís nos invita a asumir una conversión radical que no solo transforma el interior, sino que exige un compromiso concreto con los pobres y marginados. Francisco no solo vivió entre los pobres, sino que se hizo uno de ellos, abrazando su sufrimiento y compartiendo su vida. Este compromiso con los crucificados de la historia es lo que da credibilidad al mensaje cristiano en un mundo que busca autenticidad (Boff & Porto, 1985, p. 31). La fraternidad no es un ideal abstracto, sino una opción radical que debe traducirse en actos concretos de servicio, solidaridad y justicia. La Iglesia en salida, impulsada por el Papa Francisco, debe seguir el modelo del Poverello, eligiendo ser una Iglesia pobre y para los pobres, capaz de anunciar el Evangelio con una cercanía real a las necesidades y sufrimientos de la humanidad.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, ha subrayado la necesidad urgente de una fraternidad universal que trascienda las diferencias y construya puentes entre las personas. Esta visión está profundamente arraigada en el legado de San Francisco de Asís, quien no solo predicó a sus contemporáneos, sino también a la creación misma, reconociendo en cada ser vivo una obra de Dios. La fraternidad, en este sentido, implica también un profundo respeto y cuidado por la creación, lo que conecta la ecología integral con la evangelización. Tal como lo expone Boff en su análisis del carisma franciscano, la fraternidad no solo une a los seres humanos entre sí, sino también a todos los seres vivos, invitándonos a vivir en armonía con la naturaleza como un acto de amor y obediencia a Dios (Boff & Porto, 1985, p. 37).
Finalmente, la Nueva Evangelización necesita de testigos auténticos que, al estilo de San Francisco, vivan el Evangelio desde una fraternidad concreta, hecha de actos de amor, servicio y diálogo. El desafío actual para la Iglesia no es solo proclamar el mensaje de Cristo, sino vivirlo radicalmente en comunidad y fraternidad, en medio de un mundo que clama por justicia, paz y reconciliación. Como afirmó el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, “la evangelización se realiza con alegría, y esa alegría brota del encuentro fraterno con los demás” (Francisco, 2013, n. 14). La fraternidad no solo es el camino de la evangelización, sino también su fruto, pues en la medida en que los cristianos vivan como hermanos y hermanas, el mundo podrá ver la luz del Evangelio brillando en sus obras y relaciones.
Referencias:
Boff, L., & Porto, N. (1986). Francisco de Asís: Hombre del paraíso. Lóguez.
da Costa, M. T. (2022). La tradición transfigurada: El Francisco de Asís de Leonardo Boff. Itinerantes. Revista de Historia y Religión, 16, 154-177.
Francisco. (2020). Fratelli tutti.
Francisco. (2015), Laudato Si’.
Francisco. (2013). Evangelii Gaudium.
Matura T. (1978). El Proyecto Evangélico de Francisco de Asís Hoy. Paulinas